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Feliz año del conejo



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Hablando del conejo; un día, hace muchos años, mi hermana llegó a casa con un conejo negro.

No era ni grande ni pequeño, llamativo, nunca había visto uno de ese color, parecía de terciopelo, inquieto, a mi me encantaba estrujarlo, me gustan mucho los animales, siempre me gustaron, siempre me gustó abrazarlos, dormir con ellos, acariciarlos por horas.

El animal, corredor de departamento, convivió unos dias con nosotros.

Hasta que un día, desapareció, y la explicación sólo consistió en decirme -se escapó por el balcón.

Lo complicado para mí en aquel entonces era que vivíamos a 15 pisos de altura y yo, no podía dejar de pensar en que el pobre animal no hubiera podido sobrevivir a semejante salto; soñaba con el conejo explotado en el gris cemento y sus tripas esparcidas, pero, como sentía que mi sueño era demasiado fantaseoso nunca llegué a exteriorizarlo.

Años más tarde me enteré que el conejo había sido utilizado para una clase de biología, en aquella época era costumbre descuartizar ranas, pájaros y tal parece que conejos.

Días atrás mi hijo le preguntó a su abuela que había pasado con Gold Fish que ya no estaba en su bola de vidrio (se refería a un pececito naranja que obviamente se había muerto); mi madre contestó -no está más porque se lo llevaron; y acto seguido Nico comenzó a balbucear sobre un operativo comando que secuestró al indefenso y pequeño animal.

Todo esto, mi propia experiencia y ver a mi hijo fantasear, me llevó a decir rápidamente -no Nico!, Gold Fish se murió, no lo secuetró ni se lo llevó nadie, está muerto, no lo vamos a ver nunca más, esó pasó, por eso no está en la bola.

Nico conforme con la respuesta, liberó su mente de fantasias que ya no aplicaban y con un gesto de “y bueh, cosas que pasan”, siguió jugando con su dragón.

Los animales un día se mueren, las personas también, ¿por qué nos costará tanto decirlo?


 
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