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Deporte extremo



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“Ella” quería estrenar sus rollers nuevos, flamantes, para profesionales, con ruedas sin rozamiento (eso decía el estuche), rulemanes perfectos, definitivamente los mejores patines que había podido comprarse alguna vez en su vida... y así los había pagado. Pero eso había pasado a ser anécdota y para ese momento, carecía de importancia.

Muñequeras y rodilleras, fundamental cuidarse, cuidate, querete, ojito ojete “ella” pensaba, claro que con todo ese gasto no le había alcanzado el dinero para hacerse traer un casco, y por otro lado, tomar la medida adecuada tampoco le había resultado tarea sencilla.

Como sea, bolsito en mano decidió encaminarse hacía algún lugar bonito, varias amigas le habían recomendado cierto barrio cercano a lo que se da a llamar “el tren de la costa”, no era algo que la convenciera mucho, pero lo positivo de ello era que podía pasar desapercibida entre tantos otros con roller e inclusive gente paseando en bicicleta, por lo menos era lo que “ella” creía.

Decidió ponerse todo el equipo, dar unas vueltitas, probar el freno... de la novedad era lo que más le costaba acostumbrarse, el freno. “Ella” había practicado patinaje artístico, pero en aquella época, las blancas botitas tenían un freno delantero en cada una... y estos patines no solo tenían un solo freno, sino que además era trasero.

En fín, supuso que era tan simple como esquiar, alguien le había mencionado que en todo caso, si necesitaba frenar, podía poner los patines en forma de cuña y listo. No había nada más que postergar, era el momento, un pie adelante el otro atrás, lo fundamental era acostumbrarse al ritmo, hasta que finalmente llega a la barranca, 100 metros de calle empinada hacia abajo.

No podía creer como en cuestión de segundos había adquirido la increible velocidad de la luz!!, esos rulemanes ciertamente no manifestaban “rozamiento”, es más no se frenaban con nada!!, es más... se estaba por estrolar contra un árbol, la vía del tren, un auto ó cualquier objeto inanimado hasta que grita:


 
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