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Su vida es una pecera



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Rita se levanta diariamente para cumplir con sus obligaciones cotidianas: desayuno, darle de comer a los peces, asearse, tomar el medio de transporte que la lleve a su trabajo, retornar al hogar deteniéndose en el supermercado de la esquina y retirando su ropa del lavadero. La historia no dejaba de repetirse. ¿La historia de quién?

Tenía la dulce edad de 59 años, no estaba casada, no tenía hijos, prácticamente no había cosechado amistades, solo se comunicaba la mayor de las veces por teléfono, con su madre, su anciana madre a la hora de los reclamos y su jovial madre a la hora de ponerse molesta defendiéndolos a capa y espada.

Rita nunca antes de había tomado un instante para preguntarse hacia donde se encaminaba su vida, su actual vida, su pasada vida, su futura vida, su posibilidad de proyectar de aquí en más.

Un día Rita sentada en el banco de una plaza tuvo que desviar su rutina, en realidad hasta ese momento ella no podía darse cuenta de que esa interrupción en la secuencia habitual de los hechos cotidianos, tuvo que llegar de un modo prácticamente obligado, tras perder la billetera y quedarse sin dinero para volver a su casa.

Rita observaba su entorno sintiendo una repentina e incontrolable angustia, estaba llegando a comprender que era la primera vez en toda su vida que se había detenido en esa plaza, hacía más de treinta años que pasaba por allí diariamente.

Pero el peor momento se le presentó al darse cuenta de que lo más terrible no era ese dato, lo más espantoso y patético consitía en comprender también que hacía más de treinta años que no hacía nada diferente, nada fuera de lo habitual, nada espontáneo en su vida.

Ella estaba optando día a día repetir una y otra vez el mismo día, ella era la única o quizás la más responsable de haber elegido tener esa vida.

Que hubiera sido de la vida de Rita si hubiera elegido imponerse frente a su autoritaria madre aquel 15 de septiembre.


 
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