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Cuando era pequeña, no recuerdo edad pero sería promedio a los 5 o 6 años de edad -seguramente mi hermana tiene un recuerdo más certero de la época-, vivíamos en casa con Teresa.

Teresa era una joven muchacha tucumana que trabajaba "con cama". Era dulce, muy dulce y cariñosa conmigo y mi hermana.

Todos los veranos viajaba a visitar a su familia a Tucumán y yo a modo de abrojo siempre quería acmpañarla. Hasta que un verano logré convencer a mi madre que me deje hacerlo, siempre fuí perseverante, eso no es novedad, y siempre me gustó tomar decisiones y sentirme libre, eso tampoco es nuevo. Viajé con Teresa, su familia vivía literalmente en el campo, al costado de una ruta, tenían horno de barro para cocinar pan con chicharrón y animales de granja, me encantaba ser seguida por los pollitos y pasar la tarde comiendo caña de azucar comprada a un señor que pasaba ofreciendo.

Un día, fuímos a "la ciudad" a comprar cosas en bicicleta, yo iba en el asiento de atrás, con tanta mala suerte que mi pie derecho se enganchó entre los rayos. Teresa no se animó a llamar a mi madre enseguida para comunicar el hecho y días más tarde, cuando la lesión y cicatriz estuvo más clara y controlada la llamó para obtener un "la traés inmediátamente para acá", concreto y tajante comentario de madre. Seguramente debe haberme dolido mucho, para ser sincera sólo tengo recuerdo de las cosas lindas que viví en esa casa del campo. De ese hecho lo único doloroso (?) que me queda y que pueda dar testimonio es una extensa cicatriz en la pierna.

Cada cicatriz en la piel representa un momento que algunas veces quiere ser borrado y otras no importa tanto, con los recuerdos pasa algo similar y aunque todavía no existe la especialidad "cirujano plástico de recuerdos", podría decirse que en cada uno de nosotros existe una suerte de facultativo que con bisturí virtual en mano se ocupa de lo que tiene que ocuparse.


 
Jime, 20 de agosto de 2009, 8:59:46 ART
  

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