Dique
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El sábado a la noche falleció el encargado de mi edificio. Sorpresivamente tuvo un infarto. Un rato antes estaba arreglando el motor de su auto en la cochera y jugando con mis niños mientras yo bajaba cosas de mi auto. Ahora es un ser amable y querible que habita en nuestros recuerdos.
Especulamos, planificamos estrategias de si llamo a A, B podría molestarse, de si le compro un obsequio a C, D se sentiría celoso, de si no estoy segura de querer a E más que a F… y se nos va la vida en esa huevada.
Queremos creer que somos algo sólido, estamos parados fírmemente sobre la tierra y un minuto más tarde nos transformamos en partículas de éter. Lo sabemos, pero lo mantenemos al márgen de nuestra consciencia, para poder vivir, o sobrevivir a nuestra cotidianeidad.
Aunque no la querramos ver, la finitud siempre está.
No había registrado lo cuidada y protegida que me sentía por ese ser bondadoso, hasta que se hizo concreta la realidad de no verlo nunca más. Y ese no fue un dato menor. Este último tiempo de mi vida adulta, por azar, decisión propia o por decisiones tomadas por el otro, ha sucedido eso, he perdido todo marco de referencia masculino con quien contar para bajar la guardia.
Hoy, soy mi propio y único dique de contención.
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